
30 DIAS A LA VICTORIA A TRAVEZ DEL PERDON
DIA 5
LA FE QUE MUEVE MONTAÑAS
¿Cómo escalas una montaña? Paso a paso. El perdón es algo muy parecido. Es un proceso largo con pequeñas victorias en el camino. Podrías sentir que has perdonado a alguien o a ti mismo, y de repente surgir algo que desencadena las emociones genuinas del enojo, la amargura, el temor y el remordimiento. Quiero animarte: si te ocurre esto, no te des por vencido. Sigue escalando, paso a paso. Al final, llegarás. Es un proceso.
Sin embargo, hay montañas que Dios no quiere que escales, sino que las muevas. Tal vez estés afrontando una situación imposible en tu vida, una circunstancia que parece insuperable. No puedes resolverla ni cambiarla, y por mucho que te esfuerces, no logras ver una luz al final del túnel. No puedes escalar esa montaña ni excavar para atravesarla. Te sientes atascado frente a ella.
Tu situación infranqueable puede ser laboral o relacional. Podría estar relacionada con tu salud o con un vicio personal que intentas vencer. Sea lo que sea, parece demasiado alto, demasiado ancho, demasiado denso y demasiado escarpado para conseguirlo. La Biblia usa una montaña para ilustrar una situación que no puedes resolver, una batalla que no puedes ganar o un dolor que no puedes mitigar (Zac. 4:7). Cuando Jesús nos enseñó a orar, dijo que la fe del tamaño de una semilla de mostaza podría mover una montaña (Mr. 11:22-24). Después nos indicó por qué no estamos moviendo nada con nuestras oraciones. En los siguientes versículos de Marcos 11 leemos:
“Y cuando estéis orando, perdonad, si tenéis algo contra alguno, para que también vuestro Padre que está en los cielos os perdone a vosotros vuestras ofensas. Porque si vosotros no perdonáis, tampoco vuestro Padre que está en los cielos os perdonará vuestras ofensas” (vv. 25-26).
Si todavía no has superado la montaña que tienes en frente en este momento, el perdón es la clave para la victoria.
Antes de que Dios pueda empoderarte para mover las montañas a las que te enfrentas, debes perdonar. La condición para moverlas es que tu relación con Dios sea pura y, por lo general, esto depende del perdón.
Nada bloquea el fluir del poder de Dios en tu vida como la falta de perdón. Esta es la idea en la que quiero que te centres hoy: tienes una montaña en tu vida y quieres que Dios la mueva de forma sobrenatural. Y Él lo hará, pero con una condición. Jesús nos dice que debemos perdonar a los demás para experimentar el perdón relacional con Dios. Ten en cuenta que no me estoy refiriendo al perdón en términos legales ni a la salvación que Cristo aseguró en la cruz. Así como puedes estar legalmente casado, pero tener una relación desdichada, también puedes experimentar el perdón legal (la salvación) sin el perdón relacional (intimidad con Dios).
LA FE QUE PERDONA ES LA QUE MUEVE MONTAÑAS.
Esto funciona así: cuando tú perdonas a otros, Dios te ofrece su perdón relacional. Cuando experimentas esa cercanía con Dios, el canal está abierto para que oiga y conteste tus oraciones… hasta la de mover la montaña en tu vida. De modo que la fe que perdona es la que mueve montañas. Es creer que Dios es soberano y que usa las experiencias dolorosas para tu bien. Cuando no perdonas a alguien, revelas que no crees que Dios tuviera un propósito con ese dolor. “Perdón” es una bella palabra cuando alguien te lo está concediendo, pero no tanto cuando te toca perdonar a ti. Dios nos ha otorgado mucho más perdón del que tendremos que dispensar jamás.
De modo que si no somos capaces de perdonar a otros, es evidente que existe una brecha en nuestra comunión e intimidad con Dios. Por el contrario, si meditamos en el increíble perdón que Él nos ha ofrecido, tendremos un profundo pozo de perdón que compartir con otros.
“Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores” (Mt. 6:12). Para recibir el perdón relacional de Dios —y la fe que mueve montañas— aprende a perdonar.
¿Cómo escalas una montaña? Paso a paso. El perdón es algo muy parecido. Es un proceso largo con pequeñas victorias en el camino. Podrías sentir que has perdonado a alguien o a ti mismo, y de repente surgir algo que desencadena las emociones genuinas del enojo, la amargura, el temor y el remordimiento. Quiero animarte: si te ocurre esto, no te des por vencido. Sigue escalando, paso a paso. Al final, llegarás. Es un proceso.
Sin embargo, hay montañas que Dios no quiere que escales, sino que las muevas. Tal vez estés afrontando una situación imposible en tu vida, una circunstancia que parece insuperable. No puedes resolverla ni cambiarla, y por mucho que te esfuerces, no logras ver una luz al final del túnel. No puedes escalar esa montaña ni excavar para atravesarla. Te sientes atascado frente a ella.
Tu situación infranqueable puede ser laboral o relacional. Podría estar relacionada con tu salud o con un vicio personal que intentas vencer. Sea lo que sea, parece demasiado alto, demasiado ancho, demasiado denso y demasiado escarpado para conseguirlo. La Biblia usa una montaña para ilustrar una situación que no puedes resolver, una batalla que no puedes ganar o un dolor que no puedes mitigar (Zac. 4:7). Cuando Jesús nos enseñó a orar, dijo que la fe del tamaño de una semilla de mostaza podría mover una montaña (Mr. 11:22-24). Después nos indicó por qué no estamos moviendo nada con nuestras oraciones. En los siguientes versículos de Marcos 11 leemos:
“Y cuando estéis orando, perdonad, si tenéis algo contra alguno, para que también vuestro Padre que está en los cielos os perdone a vosotros vuestras ofensas. Porque si vosotros no perdonáis, tampoco vuestro Padre que está en los cielos os perdonará vuestras ofensas” (vv. 25-26).
Si todavía no has superado la montaña que tienes en frente en este momento, el perdón es la clave para la victoria.
Antes de que Dios pueda empoderarte para mover las montañas a las que te enfrentas, debes perdonar. La condición para moverlas es que tu relación con Dios sea pura y, por lo general, esto depende del perdón.
Nada bloquea el fluir del poder de Dios en tu vida como la falta de perdón. Esta es la idea en la que quiero que te centres hoy: tienes una montaña en tu vida y quieres que Dios la mueva de forma sobrenatural. Y Él lo hará, pero con una condición. Jesús nos dice que debemos perdonar a los demás para experimentar el perdón relacional con Dios. Ten en cuenta que no me estoy refiriendo al perdón en términos legales ni a la salvación que Cristo aseguró en la cruz. Así como puedes estar legalmente casado, pero tener una relación desdichada, también puedes experimentar el perdón legal (la salvación) sin el perdón relacional (intimidad con Dios).
LA FE QUE PERDONA ES LA QUE MUEVE MONTAÑAS.
Esto funciona así: cuando tú perdonas a otros, Dios te ofrece su perdón relacional. Cuando experimentas esa cercanía con Dios, el canal está abierto para que oiga y conteste tus oraciones… hasta la de mover la montaña en tu vida. De modo que la fe que perdona es la que mueve montañas. Es creer que Dios es soberano y que usa las experiencias dolorosas para tu bien. Cuando no perdonas a alguien, revelas que no crees que Dios tuviera un propósito con ese dolor. “Perdón” es una bella palabra cuando alguien te lo está concediendo, pero no tanto cuando te toca perdonar a ti. Dios nos ha otorgado mucho más perdón del que tendremos que dispensar jamás.
De modo que si no somos capaces de perdonar a otros, es evidente que existe una brecha en nuestra comunión e intimidad con Dios. Por el contrario, si meditamos en el increíble perdón que Él nos ha ofrecido, tendremos un profundo pozo de perdón que compartir con otros.
“Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores” (Mt. 6:12). Para recibir el perdón relacional de Dios —y la fe que mueve montañas— aprende a perdonar.